Per Alberto Díaz Rueda
De vez en cuando, la suerte o una recomendación certera e inesperada (más por lo de certera que por su carácter de recomendación), proporciona al lector "profesional" uno de esos libros que uno coloca, pleno de subrayados, cruces de atención en la cabecera de la página, recuadros torpes enmarcando una feliz descripción o un toque literario de altura, en uno de los estantes de los libros a conservar (y por tanto a recomendar viva voce a amigos y solicitantes literarios). Bueno, pues Els somriures de la pena de Manel Alonso i Català, editado por Onada edicions, al que conocí o mejor dicho saludé en la librería del amigo Octavi Serret de Valderrobres, es uno de esos libros.
No presté atención al rostro o la mirada de Manel al ser presentados –un acto de firma de libros en una librería maravillosamente ocupada a rebosar por los libros con escaso espacio libre y éste lleno de público, no da lugar para más de una sonrisa y un apretón de manos– cosa que lamento ahora que le «conozco» un poco, porque su narrativa me es particularmente familiar y gustosa, principalmente por la temática que trata en su libro y, también, por la forma y el estilo con que la trata. ¿Cuál es esa temática? La memoria, los recuerdos, esos fantasmas que surgen de las imágenes del pasado, de inesperados detalles vividos que surgen de pronto hiriendo algo en nuestra mente, evocando sombras, emociones y sentimientos, es decir, la materia prima del escritor de raza, el que filtra todo su mundo a través de su propia historia intima, de su pasado, de las gentes que constituyeron su existencia.
Como él mismo escribe en el último relato de su libro: «on van a parar els nostres records, las nostres coses quan ens morim?» y nos muestra el leith motiv de su narrativa, «eixos habitants que viuen en les nostres velles fotografies familiars van tindre un dia una vida, una vida i també una mort; eren individus que possiblement amaguen una historia secreta sota la seua mirada de paper». La muerte, omnipresente, la nostalgia de un pasado, de una tierra y un país encerrado en su historia, con sus dificultades y sus costumbres, sus personajes y sus circunstancias, dolosas unas, tristes otras, con un cierto humor (el que levanta esa sonrisa con amagos de pena del título), un aroma entrañable a cosa antigua, un mundo perdido de la infancia, apenas revivido por las migas de magdalena proustiana que Manel Alonso evoca tan gozosamente con una prosa certera, irónica y evocadora.
Dividido en tres partes, Qui no té tall rosega els ossos, donde la muerte va rondando en los sueños y las evocaciones de un pasado cercano pero no compartido seguramente por el escritor, Memòries sense cistell? Té les plantes al clatell, quizá donde los relatos tengan una raiz en la niñez y un reclamo aparentemente más nostálgico y Maleïda la dent que es menja la sement, en el que el presente ronda y condiciona los recuerdos y las vivencias relatadas.
Al terminar de leer este libro –lamento no tener el catalán como lengua materna– uno forma en su mente la figura del narrador, con su sensibilidad literaria y poética, sus defectos y carencias, sus nostalgias y esa visión ligeramente escéptica y crítica, amansada por un fino sentido del humor y una sorna no agresiva. Todos los relatos que lo conforman van dibujando en la sensibilidad del lector una figura completa y compleja, con su pasado y su presente Y esa figura, como este libro que he leído con placer, tiene atractivo. Por eso pasa a mis estantes preferidos.
No presté atención al rostro o la mirada de Manel al ser presentados –un acto de firma de libros en una librería maravillosamente ocupada a rebosar por los libros con escaso espacio libre y éste lleno de público, no da lugar para más de una sonrisa y un apretón de manos– cosa que lamento ahora que le «conozco» un poco, porque su narrativa me es particularmente familiar y gustosa, principalmente por la temática que trata en su libro y, también, por la forma y el estilo con que la trata. ¿Cuál es esa temática? La memoria, los recuerdos, esos fantasmas que surgen de las imágenes del pasado, de inesperados detalles vividos que surgen de pronto hiriendo algo en nuestra mente, evocando sombras, emociones y sentimientos, es decir, la materia prima del escritor de raza, el que filtra todo su mundo a través de su propia historia intima, de su pasado, de las gentes que constituyeron su existencia.
Como él mismo escribe en el último relato de su libro: «on van a parar els nostres records, las nostres coses quan ens morim?» y nos muestra el leith motiv de su narrativa, «eixos habitants que viuen en les nostres velles fotografies familiars van tindre un dia una vida, una vida i també una mort; eren individus que possiblement amaguen una historia secreta sota la seua mirada de paper». La muerte, omnipresente, la nostalgia de un pasado, de una tierra y un país encerrado en su historia, con sus dificultades y sus costumbres, sus personajes y sus circunstancias, dolosas unas, tristes otras, con un cierto humor (el que levanta esa sonrisa con amagos de pena del título), un aroma entrañable a cosa antigua, un mundo perdido de la infancia, apenas revivido por las migas de magdalena proustiana que Manel Alonso evoca tan gozosamente con una prosa certera, irónica y evocadora.
Dividido en tres partes, Qui no té tall rosega els ossos, donde la muerte va rondando en los sueños y las evocaciones de un pasado cercano pero no compartido seguramente por el escritor, Memòries sense cistell? Té les plantes al clatell, quizá donde los relatos tengan una raiz en la niñez y un reclamo aparentemente más nostálgico y Maleïda la dent que es menja la sement, en el que el presente ronda y condiciona los recuerdos y las vivencias relatadas.
Al terminar de leer este libro –lamento no tener el catalán como lengua materna– uno forma en su mente la figura del narrador, con su sensibilidad literaria y poética, sus defectos y carencias, sus nostalgias y esa visión ligeramente escéptica y crítica, amansada por un fino sentido del humor y una sorna no agresiva. Todos los relatos que lo conforman van dibujando en la sensibilidad del lector una figura completa y compleja, con su pasado y su presente Y esa figura, como este libro que he leído con placer, tiene atractivo. Por eso pasa a mis estantes preferidos.
(Publicat el 18 d’agost de 2011 al blog nullediesinelinea)